Sep 16, 2016 Dani Arrébola Festivales, San Sebastián 2016 0
Por Dani Arrébola
San Sebastián y los Siete Magníficos
San Sebastián se ha pintado con su gris tenue y enigmático, una paleta de colores con la que hacía años no arrancaba el festival más prestigioso de nuestro país. El Sol parece tímido este año pero eso no impide que los Siete Magníficos encabezados por Ethan Hawke, den sombra y refresco en el cartel inaugural de esta 64 edición. En el año de los mil y un remakes -ya curados del espanto de las cuádrigas de Ben-Hur- llega en este inicio otoñal la ansiada vuelta de unos Siete Magníficos del siglo XXI (tan sólo sobrevive Robert Vaughn de aquellos rudos y valientes hombres), que parecen prestos a desenfundar al menos igual de bien que sus predecesores. De nuestras impresiones -que nos ha dejado muchas- escribiremos en la siguiente crónica, una vez nos sacudamos la pólvora de los sombreros.
El pistoletazo de salida del Festival nos ha traído el buen corpachón de denuncia que lleva consigo La doctora de Brest, el último trabajo de la cineasta gala Emanuelle Bercot, cineasta no muy conocida por debajo de los Pirineos pero a la que casi siempre los festivales de prestigio le suelen incluir sus productos. Y la doctora de Brest es una mujer enérgica y obcecada en la transparencia, generosamente interpretada por una Sidse Babett Knudsen que se come a sus compañeros de elenco y que, de propina, nos receta a todos una buena dopamina de interés en un tema no por escabroso menos importante. Las contraindicaciones del medicamento Mediator, recetado -entre otras padeceres- para la obesidad, el cual parece destrozar los corazones de sus víctimas y terminar así con sus vidas, es la lucha que la gran protagonista, la doctora Irène Frachon, mantendrá desde el minuto uno de la pantalla hasta el 128 con la industria farmacéutica, y que se convirtió en fenómeno mediático en el año 2010 una vez el diario Le Figaro destapase el caso y diera la cifra de víctimas mortales aproximada, entre 500 y 1000, que tontería desde luego no es. Contada casi sin aliento, podríamos decir sin miedo a equivocarnos que estamos ante el mejor trabajo en la filmografía de Bercot (que, para ser justos, tampoco sería decir demasiado), una película que hasta en sus silencios y corazón en mano parece gritarte al oído con tal de despertar tu conciencia y alzar la cabeza arriba hacia la inmoralidad y el atropello. Sabia y hábil elección la del comité de selección por incluir una película de inauguración que será capaz de arrancarnos las sábanas y frenarnos nuestros bostezos con tal de empezar el festival con esa cara de mala leche contra todo y contra todos que tanto nos place…esa cara que no hay que perder en la vida…excepto si paseas por la maravillosa Concha que te nutre de films e historias cada dos horas.
Y en la sección Perlas, la mirada y la voz frágil y sincera del mítico poeta chileno Pablo Neruda, arranca en los lavabos del Senado de Chile con una credulidad e inquietud en los ojos de su actor protagonista (Luis Gnecco) que mantiene en nivel experto durante todo su metraje. El cine del director Pablo Larraín nunca es fácil de recomendar ni digerir, siempre lleva ácido y parece meterse en las entrañas de todo aquél que contempla sus historias bajo la pelusa de una cámara que nunca llama a la puerta para filmar (véase El club), pero es precisamente todo ese aroma a mal rollo, todo ese gas pimienta en la narrativa y en la crudeza de sus personajes, donde Larraín nos brinda su esplendor y nos deja un cerebro evadido y reposado durante toda su película. La persecución gubernamental en los años 40 hacia el poeta chileno tras criticar éste al presidente González Videla, es narrada en primera persona a través de pasajes bien medidos y dosificados por Gael García Bernal, que aquí se escuda bajo el manto de un policía crucificado entre la obediencia y la admiración que le respira su literaria presa. Y el resultado, más allá de la siempre interesante pureza de un biopic que juega entre el asfalto de los sucesos y lo abstracto de los sentimientos sobre una figura única del arte del siglo XX, resulta del todo imprescindible como documento a contemplar y como película a la que sumar en los pulgares hacia arriba en la obra de Pablo Larraín.
Y anochece en La Bella Easo con amenazas de nubarrones negros tras las balas, las pastillas y las poesías pasadas por el rostro de críticos, curiosos y espectadores que año tras año se dan el sí quiero con un festival que justo en su edad de jubilación parece mostrarse en plena lozanía.
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