Abr 18, 2016 Dani Arrébola Críticas, Festivales, Málaga 2016 0
Por Dani Arrébola
No hay iceberg que se resista a doña Maribel Verdú
Con la lógica ilusión del que realiza su primer largometraje, David Cánovas, presenta en el Festival de Málaga y en nuestras salas su ópera prima, La punta del iceberg, tras una serie de cortometrajes de buena factura. Y para alzarse en tan fascinante como cinéfilo título, el realizador canario se sirve de la que es todo un seguro de vida en esto del séptimo arte, es decir, de Maribel Verdú que bordeando la cincuentena de primaveras y las más de tres décadas de interpretaciones, sigue ofreciendo un arsenal de encantos y cualidades artísticas inabarcables para el dramón laboral que aquí se nos presenta.
Adaptada de la obra de teatro de Antonio Tabares, la historia se articula en la investigación que lleva a cabo Sofía Cuevas (Verdú), una alta ejecutiva encargada de dilucidar qué narices está pasando en otro edificio de su empresa tras haberse un empleado pegado un tiro, otro cortado la yugular y otro saltado desde la ventana de un quinto piso…vamos, tras haberse producido tres suicidios en un lapso de tiempo corto y sospechoso. Y claro está, si la cosa ya estaba fea de por sí, a medida que nuestra Sofía entable relación con los trabajadores de ese edificio advertirá cómo de oscuro y azabache se pone el tema que parece salpicar desde el último mono de la planta hasta el máximo responsable de la misma, un tal Fresno (Fernando Cayo).
No habría estrés, asfixia, perturbación ni desesperación en toda la película si ésta no se nutriera de esos ojos irrechazables e irremplazables que posee Maribel Verdú. La actriz madrileña sujeta y resiste toda esa atmósfera agonizante que transcurre por esa tan castiza como neoyorquina planta a través de sus averiguaciones, que al fin y al cabo, no dejan de ser un martillazo al supuesto capitalismo salvaje que azota no sólo cualquier opción a nuestra conciliación horaria de la vida familiar sino también a nuestro propio latido vital. Y entre turbios hallazgos y chantajes de mandamases, también ponen su granito -aupando el edificio construido por Cánovas a un nivel más que decente- una retahila de secundarios de lujo que encabeza Carmelo Gómez como un archi-seguro sindicalista, que pasa por el espectro imponente de Ginés García Millán y que sorprende con trabajadores a los que «les pone» literalmente el capitalismo como el joven Álex García o la joven y martirizada secretaria a la que da vida Bárbara Goenaga.
La punta del iceberg no es sólo la ópera prima cuidada y correctamente filmada de un emergente cineasta canario, también es un edificio bien construido por donde canalizan el desespero y frustración laboral, así como las pulsiones más salvajes de nuestra raza humana cuando ya no nos queda aliento en el despacho ni siquiera para pestañear. Pero sobre todo, la punta del iceberg es otra exhibición tras el plasma de una de las mejores actrices que tenemos en nuestro país desde hace ya varias décadas: la enésima oportunidad de contemplar y disfrutar la electricidad de Maribel Verdú, a la que no hay iceberg que se le resista…
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