Abr 19, 2016 Dani Arrébola Críticas, Festivales, Málaga 2016 0
Por Dani Arrébola
¡Esquiva esta estocada Mario Casas!
Cortos e imponentes. Así le gustan los títulos que dirige Kike Maíllo o, al menos, son los que encontramos en su aún joven filmografía. Tras su exitosa Eva, como bautismo en el largometraje en 2011, llegó el mediometraje-videoclip Tú y yo (2014) con un Bisbal fuera de rizos y de plano, de la que ahora, el joven cineasta catalán -y de la escuela ESCAC- tiene opción a redimirse de forma brava y con mucho arte, es decir, cogiendo al Toro por la cámara. Y en la plaza del pre-estreno en el Festival de Málaga, Maíllo ha de capear con el toro del momento, un Mario Casas al que parece-más allá de su perezosa dicción- que progresa adecuadamente en lo que a expresión se refiere.
Y Casas es conocido entre su cuadrilla y no tan cuadrilla como Toro, hermano de Antonio y de José (Luis Tosar), una rama familiar que lleva toda su vida trabajando para el capo Romano (José Sacristán), todo un Don importante que arrasa en sus turbios negocios por la agreste, profunda y melancólica Andalucía. Tras un lustro olvidando aquella mala vida, la historia -escrita a cuatro manos por Rafael Cobos y Fernando Navarro- obligará a nuestro protagonista no sólo a escapar junto a su problemático hermano José y su pequeña sobrina Diana (Claudia Vega), sino también a enfrentarse al que antaño fuera su respetado, despiadado y temido jefe, don Romano…
Podríamos discutir durante un buen puñado de horas si las limitaciones de un film -que las tiene- lastran sus virtudes como para desechar a la intemperie tantos litros de sangre derramados en pantalla, pero es evidente que el aguerrido y dinámico Kike Maíllo muestra y dota de un latido propio a una película que tan sólo parece diluirse a borbotones y bramidos, sobre todo entre la metralla final. La técnica imita y se recrea en el maduro Leone y en el más sangriento De Palma, es decir en Hasta que llegó su hora y en Scarface, y guiado por esa Andalucía inquietante y perturbadora es capaz de reubicar al presto espectador en el aroma de esas cintas de antaño, en las que la sangre y el asfalto ondulaban por el plasma. Y sujeto a ese tablero de juego clásico se viste una narrativa de traiciones y venganzas, de amores y desamores, y de oposiciones reales sobre si es más familiar la sangre que corre por las venas de tus parientes o aquella otra que se gana única y fielmente mediante el respeto al «pariente económico». Casas, Tosar, Garcia Jonsson y un buen elenco de secundarios ponen gesto y arrugas al resto de pólvora malacitana – que no es poca- pero, sobre todo, una vez más es la voz y la planta de un José Sacristán más gélido que su «manteca colorá», el que realmente torea con la muleta y el capote en cada mano el buen gusto de la historia.
Toro es por supuesto imperfecta -como casi todo en este arte- pero dentro de sus estocadas a esquivar por un Mario Casas aBruceWillisformado, logra sellar la atención y los ojos de un espectador salpicado de sangre y buena acción. No importa cuan mal o bien pegue hostias y embestidas Mario Casas, ni siquiera las artimañas que entre hachas y desmonta-gatillos éste pueda emplear, lo que verdaderamente importa en este ruedo de sangre y venganza taurina son los 100 minutos de entretenimiento con los que la vecina del quinto o el universitario de turno pueden disfrutar.
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