Jul 06, 2016 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Nuestro amiguete Spielberg
Es absurdo presentar a estas alturas de la película -valga la metáfora de nuestro amado arte- a un señor que se llama Steven Spielberg. No es pues necesario completar y rellenar líneas de aliño elogiando lo que todo el mundo ha elogiado ya desde que se presentó en sociedad hace ya unas cuantas décadas con ese amenazante Tiburón, siguiera conmoviéndonos con un ser extraterrestre que respondía al nombre de E.T. y terminara por provocarnos todo un océano de lágrimas y tormentos en el retrato holocaústico de La lista de Schindler. No obstante sí sería conveniente agradecer a nuestro ya gigante amigo Spielberg, una vuelta necesaria a ese cine de fantasía que tan bien cuajó entre niños y adultos, una vuelta que nos permite soñar de nuevo en una sociedad en la que parece que el sueño también está prohibido. He aquí BFG, un Big Friendly Giant que en nuestra fantasía lingüística traducimos como Mi amigo el gigante. He aquí, una vez más, las ganas de soñar que nos transmite nuestro monstruoso amigo cineasta que, además de monstruo es imprescindible.
Basado en el famoso cuento de Roald Dahl, Melissa Mathison pone trazo a la historia adaptada a una gran pantalla que en esta ocasión ha de ser más que grande: lo suficiente al menos para que por la misma quepa y deambule Mark Rylance, excelsamente caracterizado como el entrañable BFG que da título y alma al filme. Éste gran gigante bonachón se verá obligado a «secuestrar» a la pequeña Sophie (Ruby Barnhill), pues ésta estaba despierta en el alféizar de su ventana cuando no debía… Más pronto que tarde ambos irán mostrando un gran y mutuo afecto dentro de ese País de los Gigantes inapreciable en los mapas pero con el peligro suficiente como para trazar un plan «Real» -y aquí es literal- que frene las terribles amenazas del resto de la tribu de gigantes…unos gruñones y malvados come guisantes humanos…
Salta a la vista, y aquí no hace falta abrir demasiado los ojos, que Spielberg no consigue el excelente resultado que antaño ofreció con plenitud de fuerzas en sus incursiones fantasiosas, siendo, cómo no, la más recordada de las mismas nuestro amigo alienígena E.T. También es cierto que seguramente la película funcione mejor con un abrigo puesto que con el bañador, es decir, con la piel invernal en su chasis que con el tórrido y derretido Sol en el que nos toca consumirla en las salas. Pero también resultaría algo injusto quedarse en este cuadro de defectos y no quitar el pie del freno, cuando la cinta es capaz de brindarnos unos excelentes extremos de emoción en su metraje, sobre todo en su inicio y su final, con un desierto por el medio algo aburridote si hay que decirlo con la boca gigante, pero al fin y al cabo una emoción por la química en pantalla de una niña cuya estridencia perdonaremos una vez la misma circule por los ojos y muecas de un Mark Rylance generoso e imponente.
El sueño y las ganas de soñar están presentes en Mi amigo el gigante, también la ilusión por conocer lo desconocido y por evadirnos de una monotonía secuestradora de magias y encantos. Y todo ese mejunje está bien agitado en las manos de Steven Spielberg, un auténtico genio del séptimo arte que incluso con síntomas de fatiga creativa y senecta es capaz de brindarnos unos cuantos minutejos que por sí solos justifican el precio de esta entrada. Que la música de John Williams esta vez no sea para el recuerdo…bueno…pues no impide que en esta ocasión y por momentos la pantalla entera se llene de un recuerdo tierno e imborrable…un sueño gigante.
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