Oct 19, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
¡No conozco a ningún Julio Iglesias…¡CONOCEMOS A RAPHAEL!
Todos lo esperábamos. Estábamos esperando la proyección del último trabajo de Álex De la Iglesia con la misma sensación del que espera tras tantos años sin verla a esa prima del pueblo que tan bien -o tan mal- ha crecido. Pero por supuesto la gracia de tanta espera y expectación no estaba tanto en ver lo nuevo del director bilbaíno -del que ya tan bien conocemos todos la que es capaz de liar en pantalla- sino en el gran protagonista que se iluminaba bajo la capa de su título Mi Gran Noche. La luz de un artista que posee un disco de uranio, la del “niño de Linares”, el “Ruiseñor” o, dejémonos de casticidades, la inmensa e imbatible luz de RAPHAEL, en mayúsculas. Quién le iría a decir al célebre Adamo que su colega exprimiría de esta manera su canción, la que le prestó maquillándole algo la letra con tal de que sonara más acorde…pues eso, a Raphael, que es de por sí un universo en sí mismo. Y en el filme se convierte en Alphonso, conservando su PH como ADN de una personalidad artística genuina, celestial y, por qué no, escandalosa -que será uno de los adjetivos que más cuajen por aquí- pero también conservando su esencia magnánime, su rol de artista alfa, de número 1 indiscutible que tan bien ha sabido captar De la Iglesia.
Rodeado de un elenco estelar, en el que podríamos citar nombres que darían para un par o tres de conciertos Raphaelianos -bueno va, citemos a unos cuantos: Mario Casas, Hugo Silva, Blanca Suárez, Pepón Nieto, Terele Pávez, Carmen Machi, Carlos Areces, Santiago Segura…- De la Iglesia construye un caótico jolgorio de risas que estallan como el gas, ocupando todo el escenario por el que desfilan unos personajes con diálogos tan excéntricos como acertados en pleno set de rodaje de un programa de Nochevieja. Y el cineasta bilbaíno nos brinda ese festín bacanal de sonrisas y carcajadas con la inteligencia de no quemar en absoluto al gran protagonista, que se impone siempre como una figura sombría y fantasmagórica. Ya sea con las notas de Mi Gran Noche o de Escándalo, De la Iglesia ha vuelto a jugar sus cartas como mejor sabe hacerlo, pariendo otra cinta de subtramas ingeniosas y maniáticas que -con auténtica certeza lo puedo pronosticar por aquí- arrasará en nuestras taquillas, igual que ha provocado la carcajada perenne y el aplauso de la prensa entregada en el Teatro Principal.
También es posible leer con otra clave más filosófica o no tan a ras de suelo a Mi Gran Noche. Ésta es una de esas películas que pueden volver aunar al cine y a la música del idilio del que nunca deberían haber salido. Al fin y al cabo, el sonido, la imagen, el cuadro pictórico o la fotografía más arcaica viene a ser lo mismo y, como no conocemos a ningún Julio Iglesias, ya está Raphael, Alphonso o míster PH para recordárnoslo que, en efecto, cualquier expresión artística no es más que el acto de compartir esa misma expresión que al artista le altera la sangre.
Ya conocen el cine de Álex de la Iglesia, ese gamberro tan elegante del que podemos presumir en nuestra industria. Uno de esos pocos cineastas capaz de imprimir su sello exclusivo en pantalla al servicio de un entretenimiento hábilmente estrafalario y sobre todo capaz de atajar a su público más fiel y de incorporar a otros escépticos que de bien seguro pasarán al primer adjetivo. Siempre con una suprema inteligencia en un sólo escenario y esta vez con el artista irrepetible del que aún sigue preguntándose si será o no su Gran Noche…
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