Ene 19, 2014 Dani Arrébola Críticas 0
Por Anita Pies Fríos
Dir: Lars von Trier
Pro: Zentropa Entertainments, Coproducción Dinamarca – Alemania – Francia – Bélgica
Int: Charlotte Gainsbourg, Stellan Skarsgård, Stacy Martin, Shia LaBeouf, Uma Thurman
La primera parte de Nymphomaniac, que llegó a nuestras pantallas el pasado 25 de Diciembre, es en realidad una versión más corta y menos explícita que la original. Se trata de un montaje reducido de la película que ha sido consentido pero no supervisado por Lars von Trier. La versión íntegra, que sí está firmada por el director danés, verá la luz teóricamente a lo largo de este año. Nymphomaniac viene precedida por una fuertísima campaña de promoción que incluye pósters diseñados por Terry Richardson, fotografías grupales al estilo de David LaChapelle y varios extractos de la película. Este cuidado ejercicio de marketing, en el que hemos visto a los actores en sugerentes posturas y con expresiones de placer, ha cumplido con creces su función de avivar nuestro deseo cinematográfico. Las declaraciones confusas por parte de algunos de los protagonistas y la decisión del director de mantenerse en silencio también han estimulado nuestra curiosidad.
Nymphomaniac (2013) concluye la llamada Trilogía de la depresión, formada también por Anticristo (2009) y Melancholia (2011), obras que von Trier empezó a escribir y rodar tras una depresión que lo llevó al hospital. La primera parte de Nymphomaniac relata la turbulenta vida sexual de Joe desde un precoz descubrimiento del placer siendo una niña hasta la alternancia frenética de amantes una vez alcanzada la edad adulta. Entretanto asistimos a su peculiar pérdida de la virginidad durante la adolescencia, a la fundación de un clan femenino con toques satánicos que se rebela contra el amor y a la traumática muerte de su padre, entre otros acontecimientos. Pero pese a la cantidad de escenas subidas de tono y al desfile constante de seres excitados, el objetivo principal de Nymphomaniac no es probablemente el de coquetear con la libido de los espectadores.
La película empieza con un cuerpo indefenso, el de Charlotte Gainsbourg – quien interpreta a la Joe adulta – yaciendo magullado y semi insconsciente en medio de un patio lúgubre y frío. Allí es encontrada por el personaje de Seligman, un anciano judío que se apiada de ella y decide cobijarla. Él la invita a descansar en una habitación humilde de una casa un tanto sombría, de paredes mohosas y mobiliario simple, y le ofrece una taza de té con la que entrar en calor y recomponerse. En cierto momento le pregunta a la mujer qué le ha ocurrido y cómo ha llegado hasta el lugar donde la ha hallado. Joe le advierte: “Será una historia larga y moral”. Y su disertación es efectivamente un extenso flashback que se organiza en capítulos, estructura que el director ha usado en otras películas como Dogville o Anticristo. Mientras la lluvia sigue cayendo afuera, Joe se presenta a sí misma como ninfómana e inicia su confesión. “Quizás la única diferencia entre yo y otras personas sea que yo siempre le he pedido más a la puesta del sol. Colores más espectaculares cuando el sol toca el horizonte. Puede que éste sea mi único pecado”. En este punto intuimos que tal vez la historia de Joe despierte nuestra compasión como lo hicieron las peripecias de otras mujeres de la filmografía de Lars von Trier.
Y es que en varias de las películas anteriores del mismo director las protagonistas tienen que sortear una serie de obstáculos y defenderse de notables peligros como la ceguera y la (in)justicia (Selma en Dancer in the dark), la depravación de la sociedad (Grace en Dogville), o el mismísimo fin del mundo (Justine en Melancholia). En estos dramas los personajes femeninos soportaban numerosos abusos contra su persona y tenían una capacidad de sacrificio que rayaba lo desmesurado. Respondían estoicamente a un destino cruel que aceptaban a menudo con un sentimiento de culpa, el cual no sólo tenía que ver con los dictámenes del entorno social y cultural, sino también con su carácter y su noción personal de la bondad. En Nymphomaniac queda algo de aquella idea de la culpabilidad y la penitencia, puesto que Joe se define a sí misma como un ser despiadado y pecaminoso, pero esta vez es únicamente ella la que se juzga de tal forma, ya que Seligman tan solo escucha y asiente, y en sus intervenciones no reprueba el comportamiento de la mujer sino que establece ingeniosas y razonables analogías con el mundo de la pesca, la música o las matemáticas.
Pese a la minuciosidad de las anécdotas, Joe es incapaz de entender el por qué de su condición de ninfómana, y la película no ofrece respuestas. No se esfuerza en explicar los motivos de su conducta. No la condena ni tampoco la redime. Los eventos se suceden sistemáticamente unos a otros, a veces impregnados de cierta poesía pero con frecuencia apuntando hacia el humor y el sarcasmo. De ahí la sonrisa ante la escena de las dos pequeñas restregándose contra el suelo del lavabo y haciéndose pasar por anfibios, la carcajada cuando la protagonista compara sus sensibles genitales con un sensor como el de las puertas automáticas de los supermercados y la risotada durante la escena en la que una desesperada Uma Thurman irrumpe en el piso-picadero de Joe, que por su patetismo excesivo y su ridiculez termina por hacer reír. Sin embargo, hay indicios de una tristeza y vacío existencial en Joe, a la que no sabemos si caracterizar como vulnerable o como terriblemente decidida, y momentos que sí conmueven. Como aquél en el que termina llorando después de un orgasmo rápido e insípido en una camilla de hospital o el de ella lubricando ante su padre instantes después de su muerte, en un plano que parece querer construir en una sola imagen el famoso concepto freudiano de Eros y Thanatos. “Es normal tener impulsos sexuales en situaciones de crisis”, dice Seligman, y todo el periplo vital de Joe parece reducirse a eso, una gran crisis, un recorrido errático.
La primera parte de Nymphomaniac termina con una todavía joven Joe que acaba confesando en la cama a su amor, Jerôme, que no siente placer cuando se acuestan. Lo que todavía no acertamos a saber a estas alturas del metraje es por qué no siente nada. ¿Por puro agotamiento físico? ¿Porque a diferencia de lo que le dijo su amiga tal vez el amor no es el ingrediente secreto del sexo? ¿Porque se ha enamorado de un bobalicón con ínfulas de jefecillo?
Irremediablemente el espectador se pregunta también al salir del cine qué nos ha querido contar von Trier en su último film. El cómo no nos pasa inadvertido, ya que la película está plagada de recursos postmodernos – si todavía podemos seguir usando este adjetivo – como el uso de imágenes de archivo y de sobreimpresiones, la pantalla partida, una banda sonora que mezcla lo contemporáneo con lo clásico y la alternancia del blanco y negro con el color. Incluso en los créditos finales aparecen en uno de los márgenes fragmentos de la segunda parte de la película, como aquellos “en próximos episodios…” propios de los culebrones latinos. Es por todo ello que, aunque ya deberíamos estar acostumbrados, Nymphomaniac desconcierta un poco. Es estilizada pero no bonita como Melancholia. Se ordena en capítulos pero al mismo tiempo es anárquica. Invoca a Bach pero la canción que se pega a las entrañas es la de Rammstein. Habla de una adicción pero tratando de evitar el trascendentalismo.
De modo que, hacia la mitad de Nymphomaniac ¿de verdad Joe no siente nada? ¿Está viviendo “la sexualidad como pedrea, como consuelo del perdedor”, como decía J.A. Marina? Si la estrategia de Selma era cantar para evadirse de sus problemas, ¿es tener sexo el mecanismo de Joe para evitar la soledad? ¿Acabará ella tan torturada como Brandon en Shame, una de las últimas películas dedicadas al mismo tema? ¿O debemos contemplar la historia desde una perspectiva menos dramática? ¿Mostrarnos más receptivos a la ironía de un socarrón como Lars von Trier? El final de esta primera parte de Nymphomaniac es un anticlímax no solo físico sino también una especie de coitus interruptus mental. Un cliffhanger que nos deja desorientados hasta el próximo viernes 24 de Enero, fecha en la que se estrena la segunda parte.
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