Ago 05, 2017 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Seguiremos latiendo a corazón abierto
Decía el genial filósofo y recientemente fallecido Salvador Paniker que la vida agrede, siempre agrede. Y esta agresión se puede producir de muchas formas, casi todas ellas, maleducadas y algunas de estas llenas de segundas oportunidades insospechadas. Oportunidades que uno puede encontrar cuando acaba la de otro en pleno asfalto. Esta es la idea fundamental de Reparar a los vivos, la tercera película de la joven cineasta francesa Katell Quillévéré que adapta la conocida novela del mismo y contundente título escrita por Maylis de Kerangal.
El relato continuado nos inmiscuye en el mucho y poco oxígeno que se respira por los pasillos del hospital de Havre, donde la vida del joven Simón (Gabin Verdet) se apaga irremediablemente. Los padres del joven, con todo el dolor de sus corazones, decidirán si donaran el de su hijo para tratar de salvar y bombear a alguna otra vida. Uno de estos otros latidos puede ser el de Claire (Anne Dorval) una mujer que vive, o más bien se desvive, por sus hijos mientras lucha con su propia enfermedad neurológica. La segunda oportunidad se abrirá en canal y a corazón abierto.
De entre las varias virtudes que exhibe la cámara en las manos de Quillévéré, está el manejo de una sensibilidad tan poética como real a la hora de plasmarnos un tema tan difícil de digerir. Esta suma delicadeza y el buen gusto -por momentos oníricos- no se extravía por el camino y esquiva la siemre corriente amenaza de caer en ese otro tipo de sentimentalismo, es decir, en el de la lagrimilla fácil en vez de la del lagrimón mental. La segunda oportunidad, las vidas cruzadas, la casuística fatal o la empatía médica (perfectamente encarnada en el tono y ojos del siempre excelso Tahar Rahim), son la paleta de temas en las que se mueve un pincel para pintarnos poco a poco nuestro coco de un color oscuro pero nutritivo, un color tan vivo como el de cada uno de sus latidos que bombean hacia otra vida.
Reparar a los vivos es una agresión necesaria en nuestra mente, sangre nueva que llega de sangre vieja para reformularnos la finura de una vida que podemos perder o ganar en un segundo. Es una de esas películas por las que merece la pena invertir en su visionado y después del mismo y, pensar así, por qué merecemos seguir latiendo a corazón abierto.
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