Oct 26, 2013 Dani Arrébola Columnas de Opinión 0
A finales de la temporada pasada, el cine en España registró las peores recaudaciones de su historia moderna. Nunca había asistido tan poca gente a las salas. ¿Sorpresa? Ninguna. El hecho en sí sólo confirma dramáticamente una tendencia que venía desarrollándose durante largo tiempo –un descenso del 19% en los últimos 5 años- y que tiene dos caras, a cual más desfavorable: el cine español cae en picado y la industria cinematográfica española, toda, no resiste más.
La taquilla de 2012 había aportado un enorme “maquillaje” de las cifras, gracias al fenómeno Lo imposible, acompañado del éxito de Las aventuras de Tadeo Jones y, en menor medida, de Tengo ganas de ti. Entre las tres –y poquísimo más- se alcanzaba un 18% de cuota de pantalla: de cada 10 entradas vendidas a lo largo del año, casi 2 fueron para ver cine español. Casi dos, que tampoco es un porcentaje maravilloso; pero era, en definitiva, el mejor dato de los últimos 27 años. El mejor… y engañoso. Hacen falta esas películas que alumbren la taquilla; y no las hay todos los años.
Este, desde luego, no. No solo el primer semestre ha sido malo; el segundo no va a ser, con toda probabilidad, mucho mejor. Seguramente, esa tendencia descendente de la que hablaba se mantendrá y el divorcio entre el público de España y su cine se confirmará y aumentará. El mejor exponente de esta penosa situación lo ha firmado el ministro Montoro, que –tras perseguir desde su óptica pervertida a los actores españoles que, en su parecer, no cumplen con Hacienda- acaba de descalificar al cine español, cuya calidad le parece ínfima. Bochornosa y desvergonzada actitud que, además, no se corresponde con la realidad. Y que explica en gran medida este estado de cosas.
A Montoro y sus colegas el cine español no les gusta y les importa un pito. Y nuestra industria del cine, exactamente igual. Porque no es solo la producción propia la que sufre; todas las ramas de la débil maquinaria cinematográfica acusan la desidia y la persecución –como ya proclaman las gentes de la profesión- del gobierno de Mariano Rajoy. A la subida del IVA al 21% –triplicando el gravamen anterior- se une la ausencia culpable de legislación eficaz contra la piratería y los feroces recortes que año tras año se practican vía presupuestaria. El IVA es el más alto de Europa, y no produce precisamente un superávit recaudatorio: el público ha desertado de las salas y la venta de entradas cae en picado. En consecuencia, se cierran cines, se pierden empleos, la distribución ve menguar su negocio, y no digamos la producción: se ruedan menos películas, bajan los presupuestos y todo el negocio –todas las actividades están afectadas por la subida del impuesto- se tambalea. ¿Era esto lo que se pretendía?
Parece que sí, porque el Proyecto de Presupuestos Generales para 2014 sigue en la línea de las rebajas: de los 55 –insuficientes- millones de euros destinados al cine en este año se pasa a 48 –50, en el mejor de los casos-, lo que supone casi un 13% menos. Mientras tanto, el teatro y la música reciben entre un 25 y un 53% de subida. ¿Una… casualidad? ¿Es el cine más barato o necesita de menos ayudas que las otras artes? Decía que las rebajas no son nuevas: en 2012 –primeros Presupuesto de la era Rajoy- la partida fue de 71 millones de euros ; desde ahí no ha hecho sino bajar. Desglosado el destino del actual proyecto, los Festivales de San Sebastián, Málaga y Huelva recibirán 900.000, 100.000 y 80.000 euros, respectivamente; la Academia del Cine, 180.000, y el Fondo de la Cinematografía –en otras palabras, la gestión del cine en el Ministerio de Cultura-, 33,7 millones de euros, un 14% menos que en 2013 y un 58% menos que en 2012. Baste compararnos con los países cercanos: en 2012, Gran Bretaña dedicó 120 millones a ayudas al cine; Alemania, 340, y Francia, 770.
Y bajando al terreno de la realidad: la misma directora general de cine –nadie sospechoso de conspiración extremo-izquierdista- denuncia la situación y avisa de que será imposible pagar las ayudas a la amortización de las películas estrenadas desde el último trimestre de 2011; sin ellas, tampoco los productores podrán satisfacer las deudas contraídas por esas cantidades. Y no se podrá ayudar a nuevos realizadores, proyectos de interés especial, mujeres directoras o cortometrajes. En cifras, el cine debe 68 millones de euros, sin contar la producción de este año. Es un problema real, grave y definitivo. La industria se hunde.
¿Qué han de hacer nuestros productores? ¿Vivir solo de las coproducciones, arañar la teta –cada vez más roñosa- de las televisiones y las “microayudas de las Comunidades Autónomas y demás? ¿Producir solamente en el extranjero –léase América- con actores foráneos y en inglés? Esta última fórmula parece que funciona; vaya futuro para el cine español: vaya cine español… sin futuro.
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