Jun 27, 2016 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
¡Todos queríamos esa vida!
Podría habérsele ido la olla y el genio fílmico por otros lares. Podría haber conducido su cámara y su obra por la autoría más pedante o, podría en definitiva, habernos decepcionado con una de esas obras en las que sólo el artista -y un reducido grupo de entendidos y acólitos- saca pecho. Pero no ha sido así: tras la obra maestra Boyhood, el querido Richard Linklater se ha dedicado a filmar en Todos queremos algo la tan placentera e intangible nostalgia de «aquellos años» universitarios…de «aquellos amigos…», de «aquellos amores»…vamos, se ha dedicado a filmar la vida que todos quisimos a los 18 años…y que nadie vivió…vamos, nos ha vuelto a regalar cine en mayúsculas al que corresponden (o debieran corresponder), las elegantes lágrimas de la emoción.
Y cogiendo como chuleta sus apuntes de Dazed and confused o Movida del 76, Linklater re-escribe su remake ambientándolo justo al inicio de los años 80, con Jimmy Carter apurando sus días en la Casa Blanca y con, por ejemplo, Carl Sagan asombrando al mundo con su inigualable divulgación científica en la serie Cosmos. Por allí, en la costa Oeste americana, nos presentará a un equipo de béisbol universitario que convive en una casa de dos plantas con la adrenalina por las nubes y la oxitocina de las ilusiones algo más entre las piernas…Por allí apuran el último finde antes de las clases Jake (Blake Jenner), Coma (Forrest Vickery), Nesbit (Austin Amelio), Tyrone (Temple Baker)…y una docena de jóvenes que nos mostraran entre fiestas y bailes y entre piropos al volante cómo se lo pasaban en grande, disfrutaban y, en definitiva, VIVÍAN con más intensidad que la generación de boloñitas y whatsapperos que ha sufrido, entre otros, este humilde servidor.
Y al igual que hiciera Woody Allen en Hannah y sus hermanas, Linklater es capaz de presentarte al cuadro entero de personajes con los que conviviremos durante dos horas en menos de cinco minutos, a través de habitaciones con desorden y siguiendo los pasos del pseudo-protagonista Jake. Desde su arranque inicial al volante y a pleno sol bajo una radio que nos brinda el My Sharona de The Knack, desearás quedarte vivir en esta película y evadirte por completo de la soporífera e insulsa vida que te espera al levantarte de la butaca. Con el nutriente adictivo de las juergas desorbitadas, de las luchas en el barro entre mujeres sin complejo, y sobre todo, de los vinilos que van alimentando una pantalla por la que suenan los hits de aquella época, la película se convierte al instante en una bocanada de oxígeno para la mente y el corazón, imprescindible en unos tiempos en los que el aburrimiento parece ganar la partida a los mil y un recursos «de la nano-macro y tonta-tecnología».
Todos queremos algo es mucho más que una simple película sobre la farra juvenil y la nostalgia y que termina justo cuando deseamos que empiece y envolvernos en su piel soleada y lozana: son los cinco sentidos de la mejor etapa de una vida puestas al servicio de una cámara y de una mente, la de Linklater, tan humilde como genuina y a la que deseamos darle la misma y más vida que Eastwood o Allen. Son, no obstante dos horas peligrosas para todos aquellos que, con 18 años, estén a punto de empezar la universidad: no la toméis como vara de medir para la vida real porque de bien seguro ésta perderá la batalla. Eso sí, disfrutadla como la mejor de las CocaColas en el asfalto a las cuatro de la tarde y, sobre todo, disfrutadla como si fuera la verdadera vida que todos quisimos…y que jamás tuvimos.
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