Ago 08, 2016 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Elegimos la puerta izquierda, la derecha y el túnel entero
Nuestra colaboración en los últimos tiempos con el cine de nuestros hermanos argentinos, continúa dando sus frutos bien maduros. En esta cartelera de pleno verano en la que una fruta fresca y madura es harto compleja de degustar, el cineasta Rodrigo Grande -que se presentó en sociedad con la más que digna comedia Presos del olvido (Rosarigasinos) (2001)- es el encargado de darle forma y sabor a una nueva co-producción hispano-argentina sobre el molde de un thriller de intriga y oscuro, tan negro como el más puro de los carbones: Al final del túnel.
Y la historia escrita por el prio Grande nos presenta a Joaquín (Leonardo Sbaraglia) un solitario y joven hombre que vive amargado en su silla de ruedas y en una enorme casa con la única compañía de su viejo y enfermo perro que apenas mueve las patas. Pero esta monotonía se transformará más rápido que pronto en el momento en que Berta (Clara Lago) una bailarina de sriptease y su hija pequeña Betty irrumpan en su soledad tras alquilar la habitación de la terraza. Mas el nuevo ruido producido por esta nueva compañía no le impedirá a nuestro protagonista empezar a advertir otro inquietante y casi imperceptible ruido al otro lado de la pared de su sótano: unos ladrones y sanguinarios liderados por Galereto (Pablo Echarri) y una influyente autoridad (Federico Luppi), se encuentran perforando un túnel directo al Banco Central.
Bajo una atmósfera opresiva, con reminiscencias a las mejores asfixias alanpoenianas , Rodrigo Grande consigue dotar de la luz suficiente a un filme que vemos con una vela en la mano y midiendo cada palabra y músculo en nuestra butaca, que rápido se adecuará a las palabras y músculos de ese imponente y tan avivado sótano. De manera in crescendo, la angustia de un más que sólido y convincente Sbaraglia, el dinamismo de una Clara Lago que aquí se convierte en Che Clara Lago -con acento platino incluído-, la malicia impetuosa de un exquisito Echarri y el imán exquisito y reverencial del legendario Federico Luppi, forman un cocktail de explosivos que no solamente nos encuentran las puertas de unión del género de robo y suspense sino que nos sitúan en recovecos desconocidos que la mayoría de los espectadores agradecerán por las dos horas de túnel y metraje.
La chicha del ábano de temas más trascendentales como pueden ser la confianza con los desconocidos, la compañía y soledad, e incluso la unión mística y solidaria entre hombre y animal, son cuestiones relegadas -y bien relegadas- a un segundo plano en Al final del túnel, donde las luces más brillantes del mismo se encuentran precisamente en el ritmo y sorpresas de una trama con ADN contundente y sorpresivo que nos enseñarán a elegir entre la puerta izquierda o derecha para quedarnos finalmente con el túnel entero. No deberían dejar escapar este refresco de evasión de dos horas en una cartelera tan sudorosa y perezosa como en la que nos encontramos.
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