Jul 31, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
No le llames milagro, llámale amor
Tocó la fibra de buena parte de la crítica y público aquel robot programado para cuidar personas mayores en Un amigo para Frank (2012), donde el veterano Frank Langella nos conmovía plano a plano. Aquella tragicomedia de ciencia-ficción fue el bautismo en la dirección del californiano Jake Schreier que, impulsado por el buen sabor de boca de su primera obra, regresa ahora a la gran pantalla con Ciudades de papel, una historia tan lozana como reflexiva y que cuenta ya de entrada en su co-protagonismo con todo un reclamo emergente, que no es otro que el de la igual de enigmática como espontánea Cara Delevingne.
La historia, basada en la novela de John Green, nos presenta a Quentin (Nat Wolff), un joven con una excelente vida familiar, un digno e impoluto recorrido académico, unos muy buenos amigos…pero una nula y desastrosa vida sentimental. Una noche, no obstante, sus infortunios amorosos van a pasar de sopetón a ser historia: por la ventana de su cuarto se cuela la indescifrable, inalcanzable y sensual vecina de toda su vida: Margo Roth Spiegelman (Cara Delevingne). La proposición de esa noche es clara: disfrazados de ninjas, Margo propone a Quentin vengarse de todos aquellos que le han humillado por el camino. Pero cuando despierta Quentin al día siguiente, Margo ha desaparecido…dejando un reguero de pistas a las que Quentin, con la férrea ayuda de sus amigos, intentará desvelar para dar con el paradero de su «verdadero y único amor».
Bien es cierto que en Ciudades de papel no existen ingredientes que no hayamos visto ya en pantalla en cualquier dramedia juvenil, pero desde luego, el director Schreier consigue que esta búsqueda de hallazgos pero sobre todo de auto-descubrimiento, se realce como un auténtico viaje real, creíble y honesto de esa transformación -presente en todos y en cada uno de nosotros- que sufrimos cuando abandonamos la explosiva adolescencia y nos topamos con la cruda y tangible realidad del «sentimiento adulto». En otras palabras: la película desmitifica como pocas veces se ha visto en el cine ese amor imposible, genuino y místico el cual todos hemos padecido en mayor o menor grado, para dar paso a ese amor material y evidente, a esa química rutinaria, que no tiene porque ser un «mal amor», sino todo lo contrario. Y es que no existen milagros: existen personas, y las pieles de Cara Delevingne encarnan a una persona más, un amor especial desde luego, pero al fin y al cabo un amor palpable, real y perceptible.
Y en los ojos inocentes de un Nat Wolff generoso en su inherente e imprescindible inseguridad en pantalla, advertimos una perpetua y colosal fe, que es el otro gran tema del que te habla el film. Una fe que no impide ningún desplazamiento físico -por muy hercúleo que éste sea- si el fin no es otro que buscar a ese amor con el que siempre, desde crío, uno ha soñado desde el otro lado de la ventana. También, por supuesto, la película elogia a su manera -y de qué manera- la fe en la amistad, que se desgrana por las pieles de esos carismáticos mozalbetes -ya sean superdotados para el cálculo como el personaje de Radar, o pícaros desvergonzados como Ben- que acompañan a su amigo en la batida aventurera por dar con una Cara Delevingne a la que (seamos sinceros), echamos en falta durante un buen lote de minutejos en pantalla, a pesar de que su huella -y esta huella incluye su grave y epicúrea voz- fuera de campo siempre esté presente con holgada fuerza en la misma. Un viaje de auto-descubrimiento que viene acompañado, porque bien merece decirlo, por una excelente lista de soundtrack, capitaneada por To the top de Twin Shadow.
Ciudades de papel presenta una capa conocida y reconocida por el gran público en su temática de amores y desamores juveniles, pero cualquiera que le de una oportunidad se sorprenderá en las profundidades de esta capa mientras se mantiene sellado en su butaca, quizás sintiéndose -y sea del sexo que sea- bastante identificado con su protagonista, Quentin. Una opción perfecta en cartelera para la estación veraniega.
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