May 23, 2023 Arnau Martín Camarasa Críticas, Mundo APTC 0
A esta presente edición del festival de Cannes ha llegado un Aki Kaurismäki tierno, cinéfilo y exquisitamente endogámico. Con la maravillosa «Fallen Leaves», su cine vuelve a evidenciar que no puede existir sin la idiosincrasia del lugar donde se concibe. A través de cada película (no estrenaba desde 2017), el cineasta busca recuperar una emoción primigenia, un sentimiento de humildad, empatía y modestia que queda sepultado bajo el glamour cannois y la cultura consumista y anestesiante que atenaza nuestra contemporaneidad. En este nuevo encuentro, el director de “Nubes Pasajeras” saca partido de cada recurso del encuadre para devolverle al cine la capacidad de captar los gestos, en un suave e invisible vaivén entre lágrima y sonrisa. Decía Giorgio Agamben que el gesto es aquello que se materializa en el momento de exhibirse, y que es una pura medialidad. Para Kaurismäki, del mismo modo que Robert Bresson, citado explícitamente en el film, el gesto es una vibración que acerca la película al público para que la lea, la hace tangible, pero sin ser complaciente. El gesto para ambos es una marca de distancia, y también de presencia física de los cuerpos y los objetos, moldeados por un exquisito uso del color.
«Fallen Leaves» se escribe sobre los códigos de la comedia romántica, para devenir un retrato cínico sobre la pobreza y que no renuncia a una audaz inyección de humor. En este prodigio de síntesis narrativa y de esencialización del plano, encontramos comentarios sutiles sobre la precariedad laboral, el arribismo -inolvidable la escena en el karaoke- y finalmente, la unión, posibilitada en parte gracias a la fascinación de un hombre y una mujer por la imagen en movimiento. En un momento del film, ambos se sientan en las butacas para ver «Los Muertos no mueren», de Jim Jarmusch. Una elección en absoluto trivial, pues Jarmusch es uno de los principales exponentes de lo que se conoce como cine independiente. Y «Fallen Leaves» es heredera directa de esta tendencia, en la medida en que pertenece a una vertiente no industrializada de esta disciplina.
En la que es la película más corta de la Sección Oficial, y no precisamente la más insustancial, la Guerra de Ucrania también le sirve a Kaurismäki para levantar un incómodo fuera de campo que todavía nos acecha, y que delata la decadencia de Occidente, anunciada ya hace cien años por autores como Oswald Spengler. Se genera entonces un diálogo fructífero entre imagen y sonido, que si bien hace nacer un sentimiento de urgencia para intentar amortiguar los efectos devastadores de la crisis europea, el tiempo de cada plano es denso y comprimido, estricto consigo mismo. Porque el finés es un cineasta del hieratismo, la rigidez y el humor físico. Como sus coetáneos Porumboiu o Roy Andersson, es portador de los últimos estertores del cine moderno europeo, y se adapta al contexto actual a través de un estilo que nunca pierde su lustre.
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