May 20, 2017 Dani Arrébola Cannes 2017, Festivales 0
Por Dani Arrébola
Dándole de comer a la criatura de Netflix
A pesar de que los grados de temperatura apenas han variado por esta tan bella como cáotica ciudad de Cannes, sí lo ha hecho el termómetro de fiebres en la sección oficial a competición donde, de un plumazo, han llegado dos historias tan extrañas como interesantes, tan difícil de recomendar como dignas de ser sugeridas al gran público.
La noticia del día llegaba con la falla técnica en la proyección de Okja, la esperadísima película de Netflix, compañía que se ha llevado un esperadísimo abucheo. Casualidad o no, la cinta se empezó a proyectar en un formato equivocado que ha obligado a parar la sesión durante unos largos diez minutos que han pasado entre más cachondeo que enfado, más sonrisas pícaras que maltragos. Una sonrisa similar a la que en los primeros minutos de metraje tiene la agradable niña protagonista del filme del coreano Bonj Joon-Ho. Ella vive en pleno corazón de la selva con Okja, un cerdo gigante con el que se entiende de cabo a rabo a la par que se adoran mientras se aventuran diariamente en las frondosidades de tan verdes selvas.
Una mala simpática que encarna Tilda Swinton es la dueña de una corporación que planeará para la criatura un destino poco esperanzador en la urbe, sobre todo para un grupo de animalistas obligados a defender la vida del adorable cerdo y de urdir un plan de rescate junto a Mija, la pequeña protagonista. Entretenida y contada con estilo, no obstante la criatura que pare Netflix para Cannes tampoco termina por entusiasmar a este que escribe. Quizás porque queda descolocado a lo largo de un filme que empieza con un tono desenfrenado y cómico y acaba como un dramón animalista que deja mal cuerpo. Por sí solo no sería un producto suficiente como para incentivar a la gente «de sofá» que se suscriba a tan preciada plataforma.
La otra curiosa proyección del día nos llegaba desde Hungría y propuesta por un director desconocido por su señoría la crítica, de nombre Kornél Mundruczó. La historia, titulada Jupiter’s Moon, nos sitúa en un campo de refugiados sirios atacados a balazos por los policías serbios, tan din´amicos como agresivos. En medio de una trifulca bien recreada, el protagonista, un joven refugiado sirio, es víctima de varios balazos que, lejos de matarle le hacen…levitar. Sí, levitar. No es que no funcione tan arriesgada idea, filmada con impacto y potencia visual, pero no hay ningún nutriente extra para el espectador que trascienda tal levitación por los aires. Tampoco queda muy claro qué es lo que ha querido explicarnos el señor Mundruczó: ¿Esperanza donde apenas queda? ¿La locura del poder? Seguramente otras tantas cosas de mentes húngaras tan crípticas unas veces como fascinantes otras.
Hasta el momento por la Croissette hemos respirado y contemplado un aroma de proyecciones dignas, lo suficientemente interesantes -en algún caso fascinantes- que de algún modo nos hacen pensar que el cine, con Netflix o sin Netflix, sigue reinventándose. Y nosotros EnCannesTados.
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