Sep 11, 2014 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Demasiado aliño
A pesar de ser conocido fundamentalmente por su papel del Dr.John «JD» Dorian, en la serie televisiva Scrubs, Zach Braff es un auténtico todoterreno dotado de polimorfia en prácticamente todas las ramas de la industria audiovisual. Actor, director, guionista y productor, vuelve a emerger sin hacer mucho ruido en este final de cartelera estival, tras haber dejado un excelente regusto en público y crítica hace justo una década con la comedia dramática Garden State (Algo en común en nuestro idioma).
Ojalá estuviera aquí presenta una historia algo compleja que sólo podemos describir a grandes brochazos. Braff se encarna en Aidan Bloom, un aparentemente gentil y joven hombre de familia con dos críos a su cargo, una esposa de buen ver (Kate Hudson) y un hermano algo extravagante del que está obligado a no perderle mucho de vista. Las responsabilidades que le emergen en la vida adulta, están a punto de causarle una severa crisis existencial agudizada por una deficiente situación financiera y por las constantes desaprobaciones de su padre (Mandy Patinkin).
Como bien sabemos, una de las funciones de toda buena sinopsis es rebajar, cual sifón, la complejidad digestiva de cada guión y, en efecto, hemos de reiterarlo: estamos ante una cinta complicada o, si más no, nada convencional. Si decidimos que no va con nosotros tanta mezcla de disfraces y tanto espíritu «new age» podemos, con el nulo esfuerzo de la inercia más virgen, desubicarnos y desconectar de todos esos problemas que aparecen en pantalla a los pocos minutos de juego . Si optamos por darle una oportunidad, es probable que pasemos un rato de reposo tirando a agradable, pero también lo es (de probable), que continuemos el metraje y lo finalicemos sin ubicarnos en el mapa que nos organiza con más corazón que razón el señor Braff.
Y es que el polifacético Braff parece que no logra disimular cierto tufillo pretencionista que, la verdad sea dicha, cuesta de perdonar. Las situaciones son exageradas e incluso en ocasiones molestas por un exceso de intenciones. Y claro está, todos sabemos que cuando nos pasamos con el aliño, la ensalada digestiva se convierte en indigesta absoluta. Si a todo esto le sumamos, por un lado, un ritmo decreciente, que se ralentiza hasta la extenuación en la agonía de ese padre prudente y sin ofrecer muchos «porqués» en el camino, y por otro lado, un dilatado metraje, la chuchería que prometía ser tan original como un Peta Zetas, se hace poco masticable y sin las chispas esperadas.
A Ojalá estuviera aquí no se le puede reprochar una carta de presentación e ideas que rebosa personalidad, pero su exceso retórico y sus malas decisiones pasadas a mayúsculas, terminan por crear una molestia que emborrona la capacidad de recomendarla. Se puede ver, pero el riesgo de irritación es alto. Y el aviso…ahí queda.
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