Mar 26, 2018 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
¡Qué partida! ¡Qué pasada! ¡Encended la consola que Steven la ha vuelto a liar!
71 años. Dice que el miedo es su combustible. Bendito miedo señor Spielberg. Bendito ese motor que nos mueve a todos, para bien o para mal, y que en su caso le permite estrenar en pocos meses una loa al periodismo como The post y un auténtico homenaje al videojuego (y a la realidad) llamado Ready Player One. Sí. Señor Spielberg bendito miedo. Y mil gracias por transformarlo en todo un jugo de entretenimiento impagable. Lo que ha hecho usted es una pasada de película desde el primer segundo hasta el último. ¡Encended la consola y poneos las gafas de realidad virtual que va a valer y mucho la pena!
Sirviéndose de base la materia prima de la novela de Ernest Cline, la película nos sitúa en un futuro muy cercano, tanto que si la salud nos respeta, muchos de los que disfrutamos hoy del filme, llegaremos con vida y a ver el año 2045 y, en consecuencia, a ver si el mundo desarrollado en la obra es similar o radicalmente distinto al que nos presentan. De momento nos hemos de conformar (y no es poco) con ver en pantalla a Wade Watts (Tye Sheridan) poniéndose sus gafas virtuales y evadirse así del angustioso y aburrido mundo «real» para convivir y disfrutar de «Oasis», un juego mundial y utópico donde cada quien que penetra en el mismo lo hace con su correspondiente avatar y la conveniente discreción. Tres llaves por encontrar en un camino de obstáculos, a priori insalvables, serán el motor de acción para Wade Watts en Oasis donde gracias a la unión de sus amigos y de Art3mis/Samantha (Olivia Cooke), una recién conocida con la que conectará desde el primer momento, lo imposible pasa a ser posible y sobre todo, lo insalvable pasa a ser salvable.
Y los 140 minutos de metraje los vemos con una amplia sonrisa en la cara. No hay ni un solo plano, ni una sola escena en la que uno se acuerde de mirar el reloj ya sea en ese mágico universo paralelo llamado Oasis o en esa realidad de carne y hueso cada vez más apegada e inherente al juego virtual. Spielberg toca un enorme piano musical y afina en cada una de las notas que nutren la acción y diversión en pantalla: la nostalgia se impone aquí como el mayor de los conceptos en una bolsa de fantasía que acoge al descubrimiento del amor, la infancia y adolescencia, la aceptación, el esfuerzo, la amistad, la fe, la recompensa y, en definitiva, la más pura magia y homenaje al mundo del videojuego que tan terapéutico puede ser para tantos que quieran escapar de una angustiosa «vida real». Si bien es cierto que en última instancia el genio de Steven no se olvida de darnos la nota más prospectiva de todas, la moraleja mejor diseñada en este futuro utópico y que no es otra que la de aceptar y dar sentido como es a esa realidad de la que tanto queremos escapar.
Ready Player One es lo que los modernos castellanofóbicos llamarían un «must» en toda regla, es decir, un deber de ver en cartelera. Y la imposición no solo valdría para aquellos espectadores más ruidosos y próximos a estos arrebatos fantasiosos plasmados en la gran pantalla sino también, por increíble que parezca, a todos aquellos no tan familiarizados con estas eléctricas aventuras. Estos últimos, si finalmente son valientes en taquilla, saldrán de bien seguro recompensados por su entrada y quien sabe si reformulando hasta su propia concepción vital. Pero como reza la norma suprema: cada quien decidirá…
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