Sep 11, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Pedagogía entre páginas de viaje
Es cierto que los hijos de Don o Doña tal pueden abrirse una carrera cinematográfica con algo más de facilidad que el resto de los mortales, al fin y al cabo la industria funciona y ha funcionado siempre por relaciones e influencias. Pero no es menos cierto que estos apellidos portan asimismo una carga bien pesada, una condena que cada quien debe quitarse con la mayor antelación posible para no ser inmediatamente considerado un «niño de Papá» y desterrado por completo de cualquier expresión artística que pueda plasmar en pantalla. El apellido Trueba porta inherente estas dos condiciones y el hijo del célebre cineasta Fernando y de la productora Cristina Huete, Jonás Trueba, lleva ya tres largometrajes demostrando que, a pesar de haber venido a la fiesta del cine siguiendo la irremediable rueda de sus padres y tío David, conduce una bicicleta personal e intransferible en su arte, llena de un mundo de inquietudes reflexivas y literarias. A su ópera prima Todas las canciones hablan de mí (2010), le siguió la valiosa e introspectiva Los ilusos (2013) y, ahora estrena Los exiliados románticos, filme que prosigue la estela reveladora del joven Trueba y que llega con el aplauso y aclamo del pasado Festival de Málaga.
La historia -que escribe el propio Jonás- nos presenta a tres amigos (Vito Sanz. Luis E.Parés y Francesco Carril), que deciden emprender un viaje en auto-caravana por Europa sin más pretexto que el de encontrar a sus amores idílicos (Renata Antonante, Isabelle Stoffel y Vahina Giocante). Durante el viaje intentarán sentirse vivos, sin misiones aparentes, o quizás con la única misión de conocerse realmente, de seguir sorprendiéndose a sí mismos en una experiencia por comprobar si la juventud o el propio género masculino está en una inevitable decadencia.
Son tan sólo 70 minutos de metraje. Pero son suficientes. Bastantes para que Trueba logre arañar al tiempo un instante de congelación, de reposo reflexivo mientras los kilómetros y los amores van pasando…de una hábil pedagogía entre páginas de viaje. Y es que Los exiliados románticos es de esas películas de las que uno puede salir de su butaca sintiéndose más libre de lo que entró y, con lo cual, habiendo aprendido una migaja o un buen trozo de esta presencia tan compleja a la que llamamos vida.
Y en esas páginas arrancadas entre citas literarias y lecciones surgidas de la duda, sobre esas ruedas de autocaravana de esperanzas infundadas y vacilaciones insostenibles, viajan unos compañeros de exilio de latidos rutinarios, para encontrar entre sus propios latidos una nueva forma de vida. Una savia fresca e inédita que está bien encarnada en las pieles naturales y prospectivas tanto de ellos como de ellas, unos actores en los que Trueba confía más que en nadie y lo evidencia en pantalla, logrando que con alguna que otra escena -sobre todo la de la declaración en papel del personaje de Vito Sanz a Vahina Giocante- uno pueda beber de ella con la sonrisa en la cara.
Seguro que más de uno -y de forma lícita- no acabará de conectar con un filme que, por contra, les puede parecer algo o muy pedante y divagante; pero si eres de los que estas en plena crisis reformulativa, en plena curiosidad por saber hacia dónde vamos o hacia dónde podemos ir, en definitiva, si eres un exiliado romántico que buscas animarte a hacer y emprender decisiones de las que nunca te has animado a hacer, ésta puede ser una buena película para estimularte definitivamente a ello.
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