Mar 26, 2013 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Tras la ópera prima de los hermanos Pastor de nombre Carriers (Infectados para los empedernidos castellano-parlantes), película que dejó buen sabor de boca a un grupúsculo de la crítica norteamericana pero que no emocionó a buena parte de la crítica europea, los jóvenes realizadores barceloneses regresan cuatro años después con un segundo largometraje. El título, Los últimos días, mantiene el tono fatalista y apocalíptico de la película pionera de los Pastor, pero esta vez el capital técnico y artístico se incluye como producto nacional y ya no americano. Y es que, los jóvenes realizadores catalanes han buscado la inversión de hasta 5 millones de euros para trabajar con lo mejor que la industria española del momento pueda ofrecer para una idea que les rondaba por sus creativas cabezas desde el año 2007. Y esa crème de la crème contratada por estos antiguos alumnos de la ESCAC, incluye en el reparto a Quim Gutiérrez y, sobre todo, a José Coronado dos reclamos casi imperdibles (sobre todo para el público femenino) situados en el momento más dulce de sus carreras; a unas siempre bellas y agradables en pantalla Marta Etura y Leticia Dolera como acompañantes secundarias de los dos protagonistas; y a una música grandilocuente de lágrima fácil compuesta por Fernando Velázquez (recién laureado de premios por su trabajo en Lo Imposible). Todo un conjunto co-producido por Morena Films, Rebelión Terrestre, la francesa Les Films du Lendemain y con la ayuda de la siempre portentosa Antena 3 Films.
La trama gira en torno a la ciudad de Barcelona, la cual será el epicentro de una misteriosa enfermedad extendida por todo el planeta. El mal es la llamada «agorafobia», un pánico irracional a salir al exterior que de violarse provoca una muerte fulminante a todo ciudadano. Ante esto, toda la población mundial se ve obligada a encerrarse en casa o a lo sumo, a permanecer en lugares interiores. En este contexto se hila la trama principal: las fortuitas circunstancias hacen que Marc (Quim Gutiérrez), un joven ingeniero que trabaja en una multinacional, quede atrapado dentro de su empresa sin saber nada de su novia Julia (Marta Etura). No le quedará otra a Marc que excavar tierra adentro e iniciar un periplo sub-urbano por las vías y túneles del metro de la ciudad condal. Pero no estará sólo en esta búsqueda: le acompañará Enrique (José Coronado), un director de recursos humanos que pocos días antes de la expansión de este pánico, pone en guardia a toda la empresa manteniendo un control férreo y estricto hacia los empleados con el objetivo de despedir a los trabajadores más ineficientes. Con el paso de los minutos y evolución de la trama iremos viendo la cara más humana de Enrique al mismo tiempo que su amistad con Marc vaya forjándose entre los peligros imprevisibles que sólo puede ofrecer un sitio tan tenebroso como el túnel del metro.
La historia escrita por los dos hermanos Pastor es una idea buena pero mal resuelta. El viaje físico sub-urbano y el sentimental de los dos protagonistas resulta un quiero pero no puedo y se pierde, sin llegar nunca a encontrarse, por los mismos túneles que desde Sants-Estació hasta Vila Olímpica aparecen en la cinta, valga la metáfora. El guión tiene el tufo de pretencioso sin llegar a emocionar ni a transmitir el sentimiento de inquietud y amor que pide a gritos el filme en, prácticamente, ningún tramo de la historia. Tan sólo encandila entre tanta oscuridad en un par de escenas que brillan más bien por su comicidad en el diálogo que por su dramatismo. El argumento presenta unos giros previsibles y mal aprovechados. El mayor ejemplo de esta ausencia de sorpresa y de un guión débil que no exprime sus posibles potenciales, lo encontramos a mitad de metraje en la ansiada confesión de Enrique como móvil de su búsqueda para acompañar a Marc. Una confesión que, sin hacer spoiler, resulta poco creíble, estéril, insuficiente para la magnitud del drama y finalmente infructuosa en la trama de la película sin conseguir nada más allá que irritar a un espectador que ya lleva demasiados interrogantes sin responder. Las pocas chispas que sí logran arrancar pequeñas carcajadas en el público vienen de frases que rápido asociamos con protestas estereotipadas de la vida cotidiana real, esto es, una acertada frase del personaje de Coronado el cual recomienda con una gran dosis de ironía –evitar el transbordo de Sants Estació. No podemos obviar tampoco, el guiño anti-eclesiástico que brindan los hermanos Pastor en lo que, seguramente, constituye la mejor escena del filme: en medio de una parroquia y un clima de nostalgia y dramatismo en el que los dos protagonistas confiesan entre risas sus fatalidades y pecados, vemos (casi de un modo pasivo) al personaje de Coronado coger una bandeja llena de ostias (cualquier cosa sacia el hambre en esos últimos días de plena apocalipsis) y comerlas una a una de forma tranquila y natural mientras dialoga con el personaje de Gutiérrez. Una escena esta última, que sí despertó tímidamente a los periodistas presentes en la sala en este pase de prensa previo al estreno del thriller catastrófico.
Las interpretaciones de ambos protagonistas resultan bastante limitadas. Quim Gutiérrez no logra destellar en prácticamente ninguna escena. El actor catalán no consigue conectar con un espectador que en su butaca desea compartir algo de su sentimiento pero permanece gélido la hora y media de metraje. A José Coronado se le ve un tanto hastiado del ritmo de trabajo de los últimos años, muy opaco en su expresión incluso en ocasiones parece un personaje acartonado, sin alma (es inevitable hacer una comparación odiosa con su reciente papel también de anti-héroe, el personaje de Santos Trinidad interpretado magistralmente y que le valió un merecido Goya). Tampoco sería justo obviar que el guión, que se queda a medio camino de construir un personaje redondo, difícilmente permite a Coronado sacar petróleo de donde no lo hay. Un guión que tampoco permite destacar los pocos planos en los que aparecen las actrices, Etura y Dolera, más allá de brindarnos sus sonrisas y rostros siempre bonitos. En todo este conjunto destaca la banda sonora de Velázquez, que no deja de ser de escaparate hollywoodiense y de fibra sensiblona pero que, no obstante, es de lo poco que funciona en el filme. Seguramente porque esas notas son el mejor reflejo de la intención frustrada de la película: la épica y emoción apocalíptica.
Los hermanos Álex y David Pastor junto a José Coronado en el photocall de presentación en Barcelona.
En definitiva, nos encontramos ante un producto muy valiente porque pocas veces en el cine tenemos la opción de ver una Barcelona catastrófica en plena hecatombe, pero a su vez, un producto demasiado tramposo como para ensalzarlo a la altura de una gran película. En estas trampas hemos de mencionar un hecho que seguramente sólo duela al intelecto de aquellos que vivimos o han vivido en Barcelona y alrededores: la odisea por las vías del metro lleva desde Vila Olímpica hasta el centro comercial Gran Vía 2 en un periquete como Pedro por su casa sin apenas problemas cuando hay hasta 8 km de distancia a pie, unas dos horas de caminata. Se puede entender por aquello de las elipsis en el cine, y porque el séptimo arte no tiene porque ser real, está bien. Pero lo que no se puede tragar es que la película muestre esta caminata sin ningún tipo de obstáculo para que, en el clímax final de la historia un pequeño trozo de calle (el trozo de calle decisivo) esté de forma casuística obstaculizado… ¡Vaya por Dios! Unos hermanos Pastor que son capaces de embarcarse en este enorme proyecto no pueden dejar sin coser con la suficiente coherencia estos pequeños detalles que al final son decisivos porque, inevitablemente, el espectador se va de la sala timado y perturbado. Son jóvenes realizadores a tener en cuenta, sin duda, pero aún están muy verdes e incapaces de demostrar su luz en proyectos tan colosales como éste.La película entretiene y puede funcionar sólo cuando el espectador se deja llevar por completo sin creer como real nada de lo que en ella va apareciendo. Realmente esa es la verdadera esencia del cine, solo que en esta ocasión al querer hacer una cosa y tener como resultado otra, el espectador queda aturdido y ciego entre tanta oscuridad por el túnel, además de sentirse vacío por no ver algo que justifique y esclarezca su hora y media de entretenimiento.
Puntuación Ránking APTC: 4,1
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