Oct 16, 2014 Dani Arrébola Críticas, Especial Goya 2015, Especial Oscar 0
Por Dani Arrébola
«Bombita» y bombones salvajes
Más allá de series televisivas como Los simuladores (2002) o, la más reciente en el tiempo, Hermanos y detectives (2006), Damián Szifrón no había saboreado un éxito y expectativa similares antes de un estreno como éste -al menos en lo que concierne al elogio de la crítica y el público argentino- . Alguno podrá decir, y con toda la razón, que Relatos Salvajes viene hinchada con algún átomo de más en cuanto a la promoción una vez advertimos que, quien se ha movido para buscar la «pasta» del filme ha sido la familia Almodóvar, con la productora de los hermanos Pedro y Agustín, El Deseo. Pero una vez se encienden las luces de la sala y te levantas de la butaca, cualquiera que fuera con esta última idea pre-concebida, reconocerá con júbilo y regocijo que estaba del todo equivocado, que no hay hinchazón de loas y alabanzas que valgan y que no existe artificio sino pirotecnia de risas e ingenio, en definitiva: que Relatos Salvajes es, efectivamente, una película estupenda.
Y lo que nos presenta la película es, a priori, algo bien sencillo: seis historias que cuentan con distintas situaciones y protagonistas pero unidas por la efervescencia o esa salida a flote que la raza humana se empeña en no esconder: la llamada agresividad. Una violencia, tanto da física o verbal, como reacción a los fastidios de la más pura cotidianeidad: una boda en la que la novia se entera de lo que no se tiene que enterar, multas por estacionar en zonas prohibidas los vehículos, chantajes para eludir la prisión o, incluso, tensión al volante cuando te topas con quien no te tienes que topar por la carretera.
Szifrón demuestra un pulso en la dirección del que podrían aprender una vasta y mayoría de cineastas que en su día se atrevieron sin éxito a montar todo un mosaico de historias parecidas. Aquí, el puzzle de piezas y cuentos está perfectamente encajado en un orden estratégico capaz de permitirnos, no sólo no aburrirnos durante las dos horas de desgracias, sino de ir aumentando nuestra sonrisa e interés hacia el colofón final, que no es otra cosa que una de las bodas más trágicas y mejor filmadas de los últimos tiempos. También ayudan las sublimes actuaciones de Leonardo Sbaraglia, víctima de esa tensión al volante que acaba como el rosario de la aurora, y de un siempre magnífico Ricardo Darín, que interpreta al ingeniero Bombita, bien fastidiado por esa empresa tocapelotas que se dedica a poner multas a diestro y siniestro por aparcar indebidamente.
Y es que de estos seis relatos, que sacan de la cueva de nuestro cuerpo aquella belicosidad incapaz de contener cuando nos provocan, saldrás purificado como cuando uno sale de la sauna, con todos los poros de la piel abiertos. Tu también, como todos, querrás gritarle las multas absurdas a los guardias urbanos o hacerle la vida imposible (mejor dicho, la carretera) a ese sinvergüenza estúpido que te pita y te chulea al volante -además de fastidiarte la onda de tu tema favorito que va sonando por la radio-.
Y sospechando que la taquilla acompañará los elogios de la crítica que ya lleva bien recaudados Relatos Salvajes, creo que no hace falta seguir insistiendo en que estamos ante una comedia ácida y desternillante que vale, muy mucho, la pena no perderse en absoluto. Enfádate luego si quieres con tu jefe o con tu ex-pareja, pero ganarás algo si lo haces una vez hayas visto estos bombones salvajes: te auto-reconocerás como fauna humana que eres y empezarás a enfadarte y mandarlo todo a freír espárragos, con una imperiosa sonrisa en la cara. Palabra salvaje.
Puntuación Ránking Apetece Cine: 7,6
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