May 21, 2023 Arnau Martín Camarasa Cannes 2023, Críticas, Mundo APTC 0
Pocas horas después de la proyección de “The Zone of Interest” en Cannes, se ha conocido la muerte de Martin Amis, el escritor británico cuya obra homónima ha adaptado el británico Jonathan Glazer. Y es que en cierto modo, esta obra versa sobre la muerte. La muerte de la vida tal y como el ser humano la conocía antes de la Solución Final. El abordaje que demandan este tipo de películas pasa por asumir un punto de vista del que narrar, y también un modelo visual que ajuste nuestras lentes ante la educación respecto al horror. Si «La Lista de Schindler» recorre a la transparencia clásica para poner en primer término el camino de un hombre codicioso y «El Hijo de Saúl» aboga por un dispositivo solapado al cuerpo, Glazer reclama lo contrario: una distancia sistemática cuyos recursos emulen cinematográficamente lo que las SS y la Gestapo llevaban a la praxis. El cineasta, responsable de obras maestras del cine actual como «Under the Skin», interroga al lado opresor, en una ácida crónica sobre el conformismo, el silencio y el cinismo de las familias nazis que hicieron oídos sordos ante lo que de verdad ocurría. El protagonista es un comandante afiliado al Partido Nacionalsocialista y firme defensor de sus ideales totalitarios, que vive con su mujer e hijos en una hermosa finca a pocos metros del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau.
Como era de esperar, el cineasta, muy familiarizado con otros lenguajes audiovisuales como la publicidad o el vídeo musical, construye una película muy potente a nivel gráfico y semántico, en lo que deviene una reflexión sobre la banalidad del mal que remite directamente a la filosofía de Hannah Arendt. Su diseño sonoro, puesta en cuadro y manejo de la profundidad de campo son realmente estremecedores. Concibe una película enredada en su lógica formal y que se permite alguna filigrana creativa, pero el mayor logro de Glazer tiene que ver con la dialéctica entre la belleza y el horror que consigue generar. Su dirección es muy calculada; se quiere invisibilizar la cámara, y las escenas finales dejan sin respiración. No hay nada más perturbador que mirar detenidamente los vestigios de las grandes barbaries. Sin embargo, ¿qué nos quiere comunicar Glazer con ese epílogo, que filma la actualidad para después regresar a esos tiempos infaustos? El comandante, al que sólo hemos oído hablar por teléfono con los oficiales, discutir con su mujer o contándole cuentos a su hija, siente náuseas y observa un pasillo oscuro, tras ser transferido y aplaudido por los altos cargos. Unos segundos después el director nos regala una suerte de planos actuales de Auschwitz, con las señoras de la limpieza cuidando las vitrinas que amontonan los ropajes de los presos. En este trenzado de imágenes, Glazer parece decirnos que la Historia es un pozo sin fondo, y que el cine, a partir del reciclaje de materiales que quedaron olvidados, puede arrojar luz sobre muchos interrogantes. O por lo menos, plantear preguntas allí donde imperaron órdenes que hablaron en nombre de la verdad. En ese sentido, el director de «Birth» habla desde la duda, la confusión y el enfado.
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