Feb 28, 2015 Dani Arrébola Críticas 0
Por Dani Arrébola
Perdiendo el norte, el sur y la gracia
El hecho que las productoras de la industria televisiva lleven ya unos cuantos años involucrándose en proyectos cinematográficos merece ser recibido con todo un aplauso si, de toda esa ayuda, resultan películas sensacionales como La isla mínima; El Niño o Celda 211, por citar los tres ejemplos que más rápido le vienen a uno a la cabeza. No obstante, y en su mayoría de frutos, la lástima o la amenaza expuesta en este nuevo tipo de co-producciones a las que se han aficionado Telecinco Cinema y Atresmedia, no es otra que la de servir como mero escaparate hacia aquellos actores y actrices que limitan sus carencias interpretativas mediante un portentoso físico brindado al público alegre y lozano, al que poco le importa el cómo y mucho el quién. El último jugo extraído de Atresmedia que llega ahora de estreno se titula Perdiendo el norte y a pesar de que lo dirige y co-guioniza Nacho G.Velilla, el creador de sitcoms exitosas y ya históricas de nuestra antena como 7 Vidas o Aída, bien puede ser un ejemplo de este último grupo de películas destinadas a estimular hormonas mientras hace caja bajo el impostor velo de un argumento «a la orden del día».
Con guión a ocho manos, dos de ellas las del propio Velilla, la acción se centra en Hugo (Yon González) y Braulio (Julián López), dos jóvenes que, a pesar de sus eminentes formaciones académicas, no logran encontrar trabajo en España. Viendo por casualidad un programa de televisión, similar a lo que hoy conocemos como «Españoles por el mundo», dan con la solución: emigrar a Alemania. Una vez en tierras teutonas, se toparán con una realidad bien distinta con respecto a la que ambos soñaban mas, poco a poco, irán acostumbrándose a las duras circunstancias laborales en el extranjero con el calor y apoyo de un pequeño grupo de españoles residentes en Berlín, entre los que se encuentra un jubilado con un principio de Alzheimer (José Sacristán), y una atractiva joven que sufre por un sinfín de desvaríos amorosos (Blanca Suárez).
La película parece empeñada en demostrar que es capaz de ofrecer una gracia colosal, chispeante o estilosa y parece olvidarse que obvia en todo momento que, no sólo resulta forzada sino que esa gracia, de la que aparentemente presume, no aparece por ningún plano ni chiste en todo el metraje. Ni con aquellos seguros de vida de los que se granjea un elenco en el que, además de encontrar a un desubicado caballero y veteranísimo José Sacristán, participan con roles secundarios Javier Cámara y Carmen Machi, la cinta logra arrancar en su cometido, más allá de sonrisillas efímeras que satisfacen -créanme- bien poco. Es por tanto que las pocas gracias reales y no recubiertas del plástico de la artificiosidad de la película, tenemos que encontrarlas en la coherencia no buscada de su propio título donde los raíles kilométricos de España a Alemania no sólo pierden el norte, sino que pierden cualquier otro punto cardinal que se pueda cruzar por el camino.
Está bien que la realidad de los muchos jóvenes que se ven obligados a emigrar, ya sea a Alemania o a la Polinesia, sea acorde, en su mayoría, con la penuria que aquí se plasma, mas y por citar sólo un llano ejemplo ¿Por qué se encharca esa cómica trama tan real de un lodo repleto de amores con menos electricidad que una bujía de madera? Quizás por el mismo motivo por el que se acartonan y se estiran más que la cama de un Presidente varios personajes que hastían, que cansan hasta el punto de desear -literalmente- quitarles volumen a sus voces, como a Hakan, ese turco dueño de un Döner Kebab e interpretado de forma pasadísima por un semi-desconocido Younes Bachir. Y es que, cuando manda la velocidad de hacer caja suele caer en picado y al mismo ritmo el ingenio depositado en el mismo producto, y con esa vestimenta de impostura hacia el espectador da lo mismo ver a Alberto Chicote como párroco o a Arturo Valls como basurero o, bueno, no da lo mismo…irrita que es peor. Con todo, a la única a la que sí compraría un billete de vuelta es a Blanca Suárez que, además de tener una belleza insultante, parece ser la excepción o, aquella que ha pillado -siempre llenando en sus planos la pantalla- algo del rollo desenfrenado que intentaba buscar el filme. Me extraña que los señores con puro y regordetes de las Majors (eso que se llama Hollywood) no nos la hayan robado ya hacia el otro lado del charco…
Perdiendo el norte es una película forzada, fallida y sin gracia. La olvidarás con la misma proporción con que Atresmedia te la ha ametralleado en cada bloque de anuncios de sus respectivos canales televisivos. Contentará a todos aquellos carpeteros y carpeteras que no sepan quiénes son Humphrey Bogart ni Ava Gardner; que no conozcan las comedias de Lubitsch o Wilder y que, al fin y al cabo, pasen por el aro del engaño al que se tiene sometido a la clientela mundial juvenil de esta supuesta maravillosa era a la que los siempre avispados y enriquecedores teóricos han bautizado «sociedad de la información y del entretenimiento».
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